En nuestras sociedades hay mucha gente sola. Ahora a esa epidemia de soledad se le añade la pandemia que aísla a infectados y a quien con ellos han estado. A partir de ahí, distante ayuda exterior.
Soledad de quien va a morir y se ve solo y de quien deseando acompañar a quien se despide, no puede hacerlo.
Una epidemia esquiva, insidiosa epidemia que hace que nos alejemos del vecino, que nos distancia del beso, del abrazo, del apretón de manos, que encierra el estado de ánimo en una profundad oscura de desconfianza, angustia e incertidumbre.
El mundo y temporalmente ha colapsado, agrietado por el aislamiento y la soledad. Percepción y sensación de soledad que atenaza primordialmente a los más mayores, a nuestros ancianos.
El apoyo de los seres queridos, de los vecinos, es vital. Garantizar que se alimentan, que toman la medicación, que escuchan el latido de otros seres humanos. Estar solo, no condena a sentirse necesariamente aislado.
El aislamiento social se relaciona con el riesgo de depresión, ansiedad e ideas suicidas, también de desarrollar demencias y enfermedades coronarias.
Los seres humanos somos grupales, el coste del obligado distanciamiento genera un sufrimiento social.
La soledad también es una silenciosa pandemia, son muchas las personas angustiadas que no saben con quien compartir sus emociones, sus tristezas.
Hay otra vivencia personal, intransferible, la de preguntarse angustiosamente cada uno, si estará ya infectado, o lo estará alguien con quien convive.
La soledad interfiere en patrones, como el sueño, la atención y el razonamiento lógico.
Cuando el aislamiento social es crónico, sus efectos se agravan sobre la salud mental, asociándose con la depresión y con el trastorno del estrés postraumático.
El confinamiento hace excepción lógica y necesaria de desplazamiento y cuidado a mayores, menores, dependientes, personas con discapacidad, o personas especialmente vulnerables.
El cuidado en los hogares ha de realizarse en un ejercicio de corresponsabilidad que involucre a todos los que integran ese grupo.
Las personas con Alzheimer u otras demencias, precisan de rutinas ya sean habituales o nuevas, horarios y simplificación de directrices.
El confinamiento puede aumentar y agravar el número de casos de ludopatía, lo que demanda alerta de quienes los acompañan, especial atención a los jóvenes pues estas semanas van a estar muy conectados al mundo online.
Estas circunstancias que diluyen la percepción espaciotemporal se confabulan con el riesgo de buscar evadirse mediante el consumo habitual de alcohol diario, y en distintos momentos, normalizando muy peligrosamente esos consumos.
Se entiende el uso de videojuegos, pero anticipemos el riesgo de niños y jóvenes abonados a esa conducta de forma recurrente, pues será ulteriormente difícil de deshabituar. El confinamiento exige establecimiento de horarios y llenar las jornadas de distintas actividades, que han de variar también en los diferentes días.
Un anhelo verdaderamente humano es el de acabar con el aislamiento. En lo posible mantengamos un contacto regular con amigos y familiares, desde luego el vídeo chat es la mejor opción pues permite compartir la comunicación gestual, corporal. A través de las redes sociales nos cabe generar grupos de intereses comunes ya sea de lectura, cocina, fotografía, decoración. Y naturalmente disfrutar de algún curso online.
Es necesario mantenerse ocupado. Con respecto a los mayores y como forma de hacer frente a los pensamientos catastrofistas y sentimientos negativos durante el confinamiento, la terapia online o ciber-psicoterapia resulta eficaz, con datos como un 53% en casos de depresión.
En lo posible hay que tomar desde el balcón o ventana aire y sol, y mirar al exterior, si hay vecinos saludarlos. El aplauso que damos a sanitarios, conductores, cuerpos y fuerzas de seguridad, cajeras, reponedores, etc. es justo, pero además nos es necesario, pues nos reúne.
En el hogar y junto a realizar actividades de apoyo en las tareas domésticas, son muy importantes las actividades cognitivas adaptadas a las características de las personas, los puzles, los juegos de mesa, etc. Las actividades físicas son diariamente necesarias.
Y llegados a este terrible momento, nos cabe citar a un gran psicólogo, Carl Jung: “Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma”.
Escuchar buena música, ver fotografías, estimular los sentimientos, darse un espacio para uno mismo, autocuidarse y más si se es un cuidador, por ejemplo, viendo una película.
Concluyamos (creo que por ahora) con Viktor Frankl: “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontas ese sufrimiento”
Javier Urra se ha sumado a la campaña » Sonríe a la diversidad» en el mes de abril dedicada a la » Solidaridad y cooperación entre generaciones«.
Javier Urra
Académico de Número de la Academia de Psicología de España